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La cara invisible de la actual campaña

El productor propietario de la tierra en términos netos, respecto de los márgenes que esperaba al momento de la siembra ha perdido u$s 282 por cada hectárea que sembró con soja de primera, y u$s 110 por cada hectárea que sembró con soja de segunda. En el caso del maíz la pérdida asciende a u$s 323 por hectárea que implantó con maíz temprano, y u$s 33 por hectárea sembrada con maíz tardío; y en el caso del trigo, u$s 489 por cada hectárea cosechada.

En el caso del productor arrendatario, las pérdidas respecto a lo esperado al inicio de la campaña son aún más dramáticas: u$s 452 por hectárea de soja temprana y u$s 191 en el caso de la soja que sigue a un trigo u otro cultivo de invierno.

En maíz, la caída del margen neto asciende a u$s 457 por cada hectárea destinada al grano de la variedad temprana y u$s 156 por cada hectárea que sembró con maíz tardío. Y en trigo, la pérdida asciende a u$s 566 por cada hectárea que alquiló para producir. Para el productor, sea propietario o rentista, los lotes que destinó a trigo o a variedades de primera o temprana tanto de soja como de maíz le acarrearán un margen neto negativo en el ciclo en curso; es decir, los ingresos no alcanzarán para cubrir sus costos.

Más allá del menor rinde con el que deberán costearse los insumos, impuestos y servicios para cada hectárea cosechada, debe considerarse el costo de implantación en las hectáreas que se sembraron, pero que no serán trilladas como consecuencia de la pérdida total de plantas.

Según el informe de GEA/BCR ello asciende a 504.000 hectáreas en el caso de la soja y 900.000 en trigo. Para el maíz, del total de hectáreas que se estiman estadísticamente que no serán cosechadas, se computan solamente 315.000 has. sembradas perdidas, asumiendo que el resto puede reutilizarse para picado, silaje y otros. Sobre esta superficie se imputan como pérdidas el 70 % del costo en insumos más siembra y pulverización en soja, y el 80 % de los mismos en trigo y maíz. Esto, asumiendo que, al no cosechar, el resto de las erogaciones no se harán efectivas.

En tanto, habrá menos actividad económica impactando sobre viajes de fletes, servicios financieros y de intermediación y, hasta en la demanda al sector constructor. Así, la contracción ahoga la inversión y el consumo afectando la actividad económica general.

Entre los impactos están computados los directos, indirectos e inducidos, a saber: Incremento en los costos forrajeros para las cadenas de ganados y carnes. Menor actividad en el transporte y la consecuente baja en el consumo de Gas-Oil. Probable disminución de ventas de insumos en las próximas campañas. Baja la demanda en el sector de prestadores de servicios de almacenaje y acondicionamiento, haciendo mermar sus finanzas.

También imprime menos dinero a los contratistas rurales al levantar una cosecha cuyos rindes se afectan. Baja toda la actividad en el complejo industrial oleaginoso. Descienden ingresos para los prestadores de servicios asociados a la mercadería exportada. Cae la percepción de los prestadores de servicios portuarios y/o sobre las embarcaciones.

Sin lugar a dudas conlleva a renegociaciones o problemas en el cumplimiento de los contratos de arrendamiento de campos. Cuestiona el cumplimiento de los pagos del sistema financiero y trae problemas para refinanciación de deudas, porque a su vez implica la necesidad de contar con mayor apalancamiento financiero en la próxima campaña.

La espiral viciosa tiene posible afectación en la calidad de la semilla para la siguiente campaña y, también sobre la calidad comercial de soja para exportación.